viernes, 8 de julio de 2011

El punto.




Y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro
Rayuela.




Intentar escribir las decepciones, intentar aferrarse con las manos, con los dientes, con el alma a aquello a lo que se llama cordura.
Y acaso... ¿Quién eres tú?

Afuera, la multitud camina densa. Los pensamientos son torbellinos en los metros, en las aceras, los paseantes absortos en una realidad fantasiosa, inmersos en un pensamiento casi místico y casi religioso que finge un orden inexistente, que finge una importancia, abrazados al ego y a la idea de que los sucesos realmente Importan (de hecho, casi mayúsculamente).

¿Cuál es la diferencia entre los motivos que se consideran y los que no?
¿Dónde está la línea que divide lo trivial de lo extraordinario?

Dudar.

Y es acá donde se advierte la paradoja, cuando no es factible darle más cabida al absurdo, cuando el caos deja de pasar oculto y se entiende que la línea y el punto no son más que un objetivo... no son más que el mismo objetivo...

¿Y es para eso que vives? Por unos besos, unas manos que huyen entre las piernas y una respiración forzada. ¿Y es por eso? Por los instantes, por unas palabras, por unas sonrisas fingidas y unas palabras mal logradas, por un teatro, por unas luces, por unos aplausos.

Las mentes callan cuando todo lo que se halla es un eco. Tristemente, los ecos se esfuman voluntariamente... y el silencio.

Siempre estarán los paseantes. El mundo es un paseante.
Siempre estarán los zapatos y sus sonidos, siempre estarán las palabras irregulares y los pliegues del cuerpo.

¿Y tú?
¿Dónde estarás cuando esto pase?





1 comentario:

José dijo...

Tal vez estaré pensando que el mundo seguirá así yo no este encima, que los demás, las demás, viven también cuando no las estoy viendo.